Del escenario a las pasarelas, la estética del Rey sigue más viva que nunca.
Antes de que existieran los stylists, los fit checks y las colaboraciones de moda, ya estaba Elvis Presley. Él no seguía tendencias, las creaba. Y aunque han pasado casi 70 años desde que apareció en escena, nadie ha conseguido replicar su estética. Porque Elvis no era solo ropa: era actitud, riesgo, carisma. Y eso no se imita.
Elvis entendía el poder del vestuario. Desde sus trajes de tweed en los primeros años hasta los looks de cuero negro, los jumpsuits bordados en lentejuelas o las camisas abiertas con gafas doradas. Todo tenía intención. Todo era statement. Convirtió el exceso en parte del uniforme americano y lo hizo con naturalidad, como si ponerse una capa con cuello alto y pedrería fuera lo más lógico del mundo.
Su estilo combinaba raíces del sur, cultura negra, rockabilly, western, glam… y algo propio que no tiene traducción. Elvis mezclaba chaquetas de lamé dorado con pantalones de pinzas y botines blancos sin parecer un disfraz. Nunca se trató de “ir bien vestido”, sino de vestirse para ser recordado.
Hoy muchos artistas intentan capturar esa energía, pero se quedan en el look. Elvis tenía aura. Sabía cómo moverse, cómo mirar, cómo ocupar el espacio. Y su ropa era parte de eso. Las camisas con cuello camp, los cinturones imposibles, los trajes custom con incrustaciones, el peinado perfecto. Era teatral sin caer en la parodia. Exagerado, pero con gusto.
El legado de Elvis no se quedó en los discos ni en los escenarios. Está en las pasarelas, en las alfombras rojas y en los editoriales de moda. Cada cierto tiempo, vuelve disfrazado de tendencia, aunque en realidad nunca se fue. Porque Elvis inventó algo que no tiene fecha de caducidad: el exceso elegante. El riesgo con estilo.
Gucci lo ha reinterpretado en más de una ocasión: trajes de terciopelo, camisas abiertas hasta el esternón, y esa mezcla entre romanticismo y provocación que Alessandro Michele llevó al extremo. Harry Styles ha bebido directamente de esa fuente: brillos, pantalones campana, joyería maximalista y ese aire de showman que no necesita explicación. ¿Casualidad? No lo creo.
También está en colecciones cápsula, en editoriales que juegan con el imaginario de Las Vegas, en marcas que abrazan la nostalgia americana desde el guiño (Cherry LA, por ejemplo). Incluso en pasarelas como la de Dolce & Gabbana, donde los bordados dorados y los trajes estructurados hacen eco de los looks de escenario del ‘68.
Pero más allá de la ropa, lo que sigue vigente es su filosofía: vestirse sin miedo. Usar la moda como extensión de uno mismo. No para encajar, sino para destacar. Y en tiempos donde todo tiende a parecerse, esa idea sigue siendo disruptiva.
Elvis no fue un producto de marketing. Fue puro instinto, puro estilo. Y esa energía sigue flotando. Aunque cambien los referentes, aunque cambie el lenguaje visual, esa silueta con capa, gafas XL y movimientos medidos sigue marcando cómo queremos sentirnos cuando nos vestimos para que nos vean.